—¿Quién eres?, dijo el principito.
—Eres muy bonito…
—Soy un zorro, dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo, le propuso el principito. —Estoy tan triste…
—No puedo jugar contigo, dijo el zorro. —No estoy domesticado.
—¡Ah, perdón!, dijo el principito. Pero, después de reflexionar, agregó: —¿Qué significa “domesticar”?
—Es algo demasiado olvidado, dijo el zorro. —Significa “crear lazos…”
—¿Crear lazos?
—Claro, dijo el zorro. —Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo…
El principito, Antoine de Saint Exupery
Justo en este momento, en el que me encuentro escribiendo este texto, mi perra Léa, una hermosa dóberman chocolate me observa atentamente. De vez en vez se distrae para mordisquear su juguete, ignorándome momentáneamente pero nunca dejando su guardia de lado. Se acerca la hora de su cena, dentro de poco empezará a merodear para exigirla.
¿De qué forma nuestros perros pasaron a formar parte de nuestras familias?, ¿cómo es que una especie con la cual competíamos por recursos hace aproximadamente más de 19 mil años nos es ahora tan familiar, tan es así que el nombre científico de esta especie es Canis Lupus Familiaris?, ¿cómo es que el lobo, con el cual manteníamos una lucha encarnizada debido a la escasez de presas en el pasado, es ahora nuestro amigo, nuestro motivo de alegría al llegar a casa del trabajo o la escuela y a quien felizmente le llenamos el plato con comida?
Sabemos que los cánidos están emparentados con los osos, y que se separaron de ellos hace más de 30 millones de años. Aquel “eslabón perdido” oso-lobo se llamó Cynodesmus y, algunos millones de años más tarde, dio como resultado a una ser conocido como Tomarctus que sería conocido como el ancestro común del lobo (el perro), el zorro, el coyote y todos los demás cánidos.
Al día de hoy se ha llegado a un consenso general de que la domesticación del perro se debió más que a la voluntad humana, se debió también a su incapacidad por evitar que los antepasados de los perros merodearan sus asentamientos en busca de restos de comida. Nada más simple y confortable para la jauría de lobos vecina que mudarse a las cercanías de la aldea humana para alimentarse fácilmente y sin esfuerzo, de los residuos humanos. Es algo que incluso se conserva hasta nuestros días.
No es raro imaginar que algún hombre primitivo encontrara algunos lobeznos huérfanos y los llevara a vivir con la gente. Los más agresivos no lograron transmitir sus genes, los más dóciles tuvieron éxito y es así que Léa se encuentra cenando ahora mismo su plato de comida para perro.
Pronto, el ser humano descubrió que el olfato del perro era una inapreciable herramienta para la caza, que sus ladridos eran un sistema de alerta inmejorable, que su coraje le permitiría ofrecer su vida para defender la del ser humano que consideraba parte de su manada, que el perro estaba destinado a ser su “mejor amigo”.
Lo más increíble de este proceso de domesticación es que fue un acuerdo entre Homo sapiens y Canis Lupus. No existe ninguna especie animal que se considere “doméstica” —el caballo, la cabra, la oveja, el cerdo, las gallinas, la llama, la vaca— que se haya sometido al control humano por alimento: todos ellos tuvieron que ser aprisionados, golpeados, domados por la fuerza, sometidos por la superior voluntad del ser humano, hasta que dejaron de resistirse o murieron.
El perro no hizo esto, demostrando su prodigiosa inteligencia, comprendió en pocos siglos que el plato de sobras de comida y un espacio en la casa valía entregarnos lealtad eterna, obediencia ciega, poner en nuestras manos el control de su reproducción y su vida entera. Atrás quedaban los largos y duros inviernos persiguiendo renos, la competencia tenaz contra pumas, osos y linces, la lucha contra manadas rivales y el hambre permanente. Pero, ¿realmente podemos estar seguros de que el ser humano domesticó al perro?, ¿no fue al revés?
El comportamiento social del ser humano es mucho pero mucho más parecido al de los lobos que al de los grandes primates como el chimpancé, el orangután o el gorila. A pesar de nuestra cercanía genética, nuestras estructuras sociales son muy diferentes, contrario a los perros. Comemos carne como los cánidos, vivimos en manadas más o menos relacionadas familiarmente, tendemos a cazar en grupos, defendemos nuestro territorio contra intrusos de nuestra misma especie y obedecemos sumisamente a nuestros ejemplares alfa, machos dominantes que tienen poder de vida y muerte sobre el resto de la comunidad.
La comida fue el nexo entre las dos especies —y lo sigue siendo—. El ser humano compartió su comida con el perro, y el perro trabajó para él, le entregó su vida, y se convirtió en su querido compañero. Tanto es así que a esta increíble especie se le conoce como “el mejor amigo del hombre”.
El ser humano crió perros pastores de ovejas, perros cazadores, perros corredores, perros rescatistas, perros de guardia, perros que eliminaban las plagas. Crió perros sumamente inteligentes, como el Border Collie, y perros no tan avispados como el Saluki. Crió perros muy grandes, medianos, chicos, extremadamente pequeños, peludos, de pelo corto, de orejas rectas, caídas, de color chocolate, blancos, pintos, con una mayor o una menor predisposición a la torsión gástrica, a problemas renales, a la leucemia, a la displasia de cadera o a la atrofia retinal progresiva, con mayor o menor resistencia a la gripe, la rabia o el coronavirus.
El ser humano crió al perro que no pudo echar de sus asentamientos, prefirió tolerarlo y manipularlo por cruzamiento y control reproductivo a fin de explotar sus cualidades y sus impresionantes talentos, antes que emprender una guerra de exterminio contra el vecino peludo. El perro, a su vez, modeló a un hombre dócil, dispuesto a atenderlo, a alimentarlo, a convivir con él, a procurar y proteger a sus cachorros, un hombre generoso y propenso a compartir su alimento y cariño con él. Este acuerdo ha funcionado excepcionalmente bien, el primer animal que domesticamos y nos domestica sigue viviendo a nuestro lado.
José Luis Rangel Fuerte
Médico Veterinario Zootecnista
Cédula Profesional: 10399309